martes, 26 de julio de 2011

la cultura de la dignidad.

Se nota, se siente, el sur está presente

¿Qué es la cultura? La cultura no es más que una serie de mecanismos insertados en nuestra mente que nos llevan a categorizar lo que es normal y lo que no lo es. Estos mecanismos no se forman de manera casual, no son una revelación celestial ni fruto de nuestras propias decisiones, pues incluso éstas están influenciadas por la misma cultura. La cultura responde a la estructura de la sociedad, a las relaciones que se establecen entre sus miembros y, por tanto, su finalidad es legitimar un orden establecido (no a modo de conspiranoia contra los de abajo, sino a todos los niveles)

En nuestra sociedad, vivimos nuestra propia explotación como un hábito más, aceptamos el orden que vivimos tratando de racionalizarlo mediante características que atribuimos con toda tranquilidad a la naturaleza inmutable del ser humano: individualismo, egoísmo, competencia, meritocracia, racionalidad... Realmente muy pocas veces, o muy pocas personas, nos detenemos a pensar qué habrá de cierto en estas afirmaciones de la misma manera que pocas nos damos cuenta de que los supuestos principios que rigen nuestra sociedad no se cumplen.

Este fin de semana he sido testigo emocionado de la fuerza de la Revolución de Sol, pero también lo he sido de su miedo a creerse a sí misma, de su miedo a romper con la cultura dominante que nos tiene alienados, apartados de nuestro verdadero potencial. El 15-M basa su fuerza en su amplísima aceptación social y por eso tiene miedo de ir más allá, lo que asemeja su comportamiento a un partido de masas o a una empresa que quiere vender su producto. No intenta derribar los pilares morales que justifican el orden establecido porque pretende que hasta las ancianas seguidoras de Intereconomía tengan bien concepto del movimiento ¿Es esto creíble?

Hace tiempo que dejamos de hablar de simplemente fomentar la participación ciudadana y cambiar la ley electoral. El objetivo que planteó inicialmente Democracia Real Ya ha trascendido para convertirse en la búsqueda de un nuevo paradigma de justicia, de un cambio total de estructuras a nivel mundial ¿Puede hacerse esto desde la cultura que justifica el capitalismo de consumo? Sin duda no. No es posible cuando se trabaja bajo la pesada losa del “civismo”, ese concepto que nos lleva a intentar hacer una revolución no ya sin violencia, sino también sin pintar en las paredes, sin trepar a una farola o sin tirar basura al suelo.

El 15M no sólo tiene la obligación de luchar políticamente como hasta ahora por aquello que considera justo, sino que también tiene el duro trabajo de crear una nueva legitimidad y una nueva moral. Aunque la visión estratégica sea importante, no puede perder su tiempo en obsesionarse con “dar buena imagen” o en el qué dirán mediático. Sólo con unos nuevos preceptos morales que deslegitimen los actuales podrá tener una fuerza real, dada por sí mismo y no por su audiencia como si fuese un programa de televisión.

Somos no violentos no porque no queramos alterar el orden, sino porque ese supuesto orden es violento y no queremos caer en su juego. Pintarle la chaqueta a una diputada a la que le sobra el dinero es violencia y pedimos perdón por ello, pero que el FMI dicte unas normas que aumenten el 40% los suicidios en Grecia es sólo una triste consecuencia de designio divino. Subirse a una farola a vitorear el triunfo es no respetar el mobiliario urbano, pero nadie grita en el congreso al diputado que vota a favor de reducir lo presupuestos para ambulancias y que lleva a morir a muchos pacientes antes de llegar al hospital. Se abuchea al que pinta sobre el muro del Cuartel General del Ejército pero nadie parece escandalizarse con las ventas de armas a dictadores genocidas, se nos machaca con las barbaries del comunismo y luego se habla de víctimas de la hambruna y no del capitalismo...

Tenemos la razón. Es el arma más poderosa que poseemos y de la que ellos carecen. Sabemos que el mundo que vivimos es un espejismo y éste se está desvaneciendo ahora que se pone el sol. Luchar por algo implica no respetar algo por no creerlo digno de respeto y, por tanto, ganarse la adversión de aquellos que piensan al contrario. Tenemos nuestros principios y a ellos no podemos renunciar por ganar el apoyo de la mente poco crítica. Hacerlo es darle la razón a quienes se lucran a costa de la inseguridad humana, a quienes nos han obligado a avergonzarnos de nuestro propio cuerpo y de nuestra mente si no se parece a lo que ellos les conviene que se parezca.

Se trata de una batalla por recuperar la esencia humana y de retomar el derecho a construirse a uno mismo más allá de la fabricación en serie de vasallos y consumidores, que es a lo que lleva la cultura del mundo gobernado por las empresas. Es una lucha a la que le sobran argumentos y legitimidad, pero a la que aún le faltan guerreros que griten más fuerte y con más fe en lo que dicen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario